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Lo que Chile puede aprender de Kiribati

En Chile no estamos ajenos a la realidad del cambio climático, porque lamentablemente cumplimos siete de los nueve criterios de vulnerabilidad establecidos por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que año a año vemos materializado en sequías extremas, incendios forestales, inundaciones, y perdida de la biodiversidad, a lo largo y ancho del continente. Por Robert Currie y Matthias Erlandsen (*)

9 agosto 2023

Chile pasa por otro invierno más en estos días. Sin embargo, al otro lado del planeta, el desierto de Sonora, en la frontera entre México y Estados Unidos, registró 80.8 ºCelsius, de acuerdo a las mediciones de la NASA. Julio fue el mes más caluroso de la historia, superando todas las cifras desde 1923, cuando la Organización Meteorológica Mundial (OMM) comenzó a documentar. La ciencia nos dice que las olas de calor, los incendios y las inundaciones no son coincidencia ni azar. Sabemos, desde hace varios años, que el cambio climático es una realidad que golpea con fuerza al mundo y, de forma especial, a Latinoamérica, porque si bien somos una región del mundo que no aporta significativamente en las emisiones de gases de efecto invernadero, somos altamente vulnerables a los efectos del cambio climático, que año a año vemos materializado en sequías extremas, incendios forestales, inundaciones, y perdida de la biodiversidad, a lo largo y ancho del continente.

Kiribati es un país justo en el centro del océano Pacífico, con apenas 128 mil habitantes, y 811 km2 de tierra, repartidos en 32 atolones y arrecifes de coral, que en promedio se ubican a 2 metros sobre el nivel del mar. Aislados, literalmente, de los problemas del mundo y siendo responsables de menos del 0,1% de las emisiones de gases de efecto invernadero –en comparación, Chile genera el 0,3%–, el pueblo de Kiribati nunca se imaginó que se convertiría en el principal afectado por el cambio climático.

La situación es dramática y rara vez se conoce a través de los medios de comunicación: el 81% de los hogares en Kiribati reportó en 2016 impactos climáticos, al verse afectados directamente por el aumento del nivel del mar. En la isla de Tarawa, epicentro de una sangrienta batalla durante la Segunda Guerra Mundial, las casas en la zona costera se están abandonando a medida que el agua se aproxima y la costa está llena de sacos de arena para tratar de proteger las viviendas y las carreteras cuando la marea cubre el poco espacio terrestre habitable.

Su expresidente, Anote Tong, tomó la causa del cambio climático como su pilar fundamental del programa de gobierno entre 2003 y 2016, convirtiéndolo también en su principal política exterior. Tong se presentó en todos los foros internacionales, clamándole al resto de los líderes mundiales que buscaran en conjunto una solución, antes de que su tierra literalmente se hundiera y, de paso, se convirtieran en los primeros refugiados medioambientales de la historia producto de la desaparición de un país.

Lamentablemente, no muchos lo escucharon y su poder negociador y de convencimiento fue tan pequeño como su propia nación, logrando apenas un Plan de Implementación Conjunta para el Cambio Climático y el Manejo de Desastres en 2019, dos años después de terminar su mandato.

En Chile no estamos ajenos a la realidad del cambio climático, porque lamentablemente cumplimos siete de los nueve criterios de vulnerabilidad establecidos por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Y si bien hemos avanzado en la regulación local, con instrumentos que apuntan a fortalecer la resiliencia de los sectores más vulnerables, como el de recursos hídricos, de biodiversidad y silvoagropecuario, además de los Planes de Acción Regionales de Cambio Climático (PARCC), en el ámbito internacional avanzamos más lento.

El desafío es ir más allá de discursos, cartas, comunicados conjuntos y notas diplomáticas, buscando estrategias que se traduzcan en acciones concretas y cuantificables, más allá de buenas intenciones, ante un problema global con efectos locales que no son solo climatológicos sino también económicos. Por ejemplo, al año 2050, el costo anual de la inacción frente al cambio climático en el sector biodiversidad será de 1.300 millones de dólares, principalmente debido a la pérdida de todos los beneficios directos e indirectos que proveen los ecosistemas para satisfacer necesidades de las personas, según indica un reciente informe de la Cepal. Adicionalmente, el cambio climático agudiza la pobreza y desigualdad: las personas más pobres viven en zonas más expuestas a los impactos del cambio climático, se enfrentan a mayores pérdidas ante eventos climáticos extremos, y disponen de menos recursos para adaptarse a este fenómeno.

El cambio climático dejó de ser un tema netamente ambiental para tratarse de uno de seguridad internacional, debido a la inestabilidad, a la pobreza, a los problemas sanitarios y a una serie de conflictos que conlleva, incluyendo la migración forzada, como ya lo hemos visto en algunas zonas agrícolas de nuestro país, o en los incendios en el Amazonas, los huracanes en el Caribe y la sequía que también afecta a gran parte de Perú, México, Brasil, Argentina y Bolivia.

En este contexto, Chile hoy juega un rol fundamental, porque tiene presencia en varios foros internacionales y cuenta con una voz mucho más poderosa que la del presidente Tong. A través de la política exterior “turquesa”, prometida durante la campaña presidencial, y anunciada hace exactamente un año en Magallanes como uno de los ejes principales del trabajo de la Cancillería, el país tiene una oportunidad única para convertirse en líder de la agenda climática internacional en materia de adaptación, mediante acciones concretas que permitan protagonizar cambios sustanciales en la materia.

A veces hay que prestar atención a los más desventajados de la clase y aprender de sus experiencias. Que el ejemplo de Kiribati nos sirva para entender que la voluntad política, independientemente de la gravedad de los impactos del cambio climático en los países, no es suficiente para lograr avances significativos en la agenda internacional. Chile, a diferencia de Kiribati, actualmente tiene una posición privilegiada para avanzar en la materia y liderar a Latinoamérica. Se debe seguir avanzando en la construcción de un camino hacia la solución, antes de que el agua, literalmente, también nos borre del mapa.

(*) Por Robert Currie Consultor Senior de Asuntos Públicos de Azerta y Matthias Erlandsen de Flacso, columna publicada en El Mostrador.