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Chile no es Perú

Los resultados de las elecciones en Perú, que enfrenta una segunda vuelta extremadamente polarizada -entre una alternativa de ultraizquierda con Pedro Castillo y el fujimorismo derechista liderado por Keiko, la hija del ex presidente Alberto Fujimori-, nos llevan a reflexionar sobre la actual cultura política en Chile. Tanto la desconexión entre ciudadanía y élites, así como el excesivo personalismo en los distintos proyectos políticos, nos ponen en alerta. Por Cristina Bitar (*)

20 abril 2021

Desde Chile, además del impacto que han provocado los sorpresivos resultados en las elecciones en el Perú, surge constantemente la pregunta si un escenario parecido es posible en nuestro país. Sin duda muchos de los síntomas están ahí: fragmentación de los sectores políticos, desconexión entre la ciudadanía y las élites, además de una creciente pérdida del respeto por las instituciones democráticas por parte de nuestras autoridades. Sin embargo, a pesar de las condiciones, creo que podemos respirar con algo de tranquilidad, al menos en el corto plazo de las elecciones de este año.

 

Nuestros vecinos hoy enfrentan una segunda vuelta extremadamente polarizada, entre una alternativa de ultraizquierda – Pedro Castillo – y el fujimorismo derechista liderado por Keiko, la hija del ex presidente Alberto Fujimori. Para llegar a este camino, hay que comprender lo inusual que fue la primera vuelta del domingo pasado. Las cifras oficiales acaban de ser publicadas y, hasta ahora, se sigue analizando el sorpresivo resultado. El inesperado ganador – Castillo – ni siquiera alcanzó el 20% de los votos válidos, equivalentes a menos del 40% de los electores que no acudieron a las urnas y apenas el 11% de los electores hábiles. Incluso, como si se tratara de una novela de Saramago, los votos nulos y blancos fueron más que los que votaron por Castillo. El ausentismo, a pesar del voto obligatorio y considerando la pandemia, llegó a un 26%, según la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE).

 

El resultado es sorpresivo, además, porque hasta hace algunas semanas Castillo no figuraba en las encuestas. Sólo la última semana despuntó y rompió todas las expectativas, con un discurso conservador en lo valórico y plagado de propuestas de nacionalización de empresas y control central de la economía. Por otro lado, Keiko Fujimori reactivó sus contactos con el fujimorismo histórico, dando un vuelco respecto de su campaña en las elecciones anteriores. Con ello apuntaló una base en la derecha a la que no había sido capaz de acceder anteriormente y, con ello, superó a De Soto, otro favorito del sector. Detrás de estos tres, quedaron 15 candidatos más, cada uno representante de una facción aún más pequeña.

 

Pero los problemas políticos en Perú no empezaron con esta elección. Una de las principales características del sistema peruano es la completa desaparición de los partidos políticos. Si bien la agrupación de Castillo obtuvo 37 escaños de 130, mientras Fujimori tiene 24, la verdad es que las fuerzas políticas en el Perú están atomizadas y obedecen más a liderazgos personales que a órdenes de partido. Esta realidad, nacida en los tiempos de Alberto Fujimori, sumado a un semipresidencialismo mal diseñado y a un Congreso unicameral, genera la receta perfecta para una política sin rumbo y sin propuestas. En Perú no gana nadie, sino que algunos pierden por menos que otros.

 

En el caso chileno, estamos viendo antecedentes de la misma cultura política. Tenemos desconexión entre ciudadanía y élites, además de un excesivo personalismo en los distintos proyectos políticos. Sin embargo, aún contamos con un par de salvavidas que nos permiten ser menos pesimistas. Primero, nuestras fuerzas políticas parecieran ser más conscientes de la necesidad de tener proyectos comunes. En la derecha hay seis candidatos potenciales, pero la mayoría de ellos está buscando inscribirse en una primaria conjunta. En la izquierda, a pesar de las múltiples divisiones que nos tiene acostumbrado el sector, han hecho intentos por generar espacios programáticos en común, aunque se ve lejana la opción de una primaria única entre los 10 postulantes. Es improbable, aunque no imposible, que lleguemos a las elecciones de fin de año con 18 candidaturas. Pero la institucionalidad es aún lo suficientemente robusta para resistirlo.

 

No obstante, el proceso constituyente abre la puerta a que estas instituciones cambien en formas insospechadas. Además de la atención que le dedicamos a los derechos sociales y al funcionamiento de ciertos órganos como el Banco Central, es vital que miremos a ejemplos como el peruano para aprender cómo diseñar las formas en que administramos el poder. Temas como el sistema de gobierno o la existencia de un Congreso unicameral suelen discutirse de forma ligera y con poco interés, pero la sobrevivencia del sistema se juega en que estas mismas instituciones logren fomentar partidos políticos legítimos y disminuir los caudillismos. La realidad del Perú no es la nuestra… aún.

 

(*) Cristina Bitar es Economista de la Universidad de Dartmouth, MBA de la Universidad de Chile y Tulane University, además de socia directora de Azerta. Columna publicada en Interferencia.